Así de simple, para bien o para mal todos cambiamos, a veces sin siquiera darnos cuenta o sin siquiera pretenderlo. Pero creo que, algunas veces no queremos cambiar. O sea, estamos en una etapa tranquila, plana de nuestras vidas y así nos sentimos a gusto, no queremos cambiar esa estabilidad por nada. Lo terrible es cuando ocurre algo que sacude tu suelo y hace que, forzadamente, tengas que cambiar tus costumbres y hábitos.
Y todos pasamos por eso: el acostumbrarse a reglas nuevas, querámoslo o no, es incómodo, sobretodo cuando ya se tenía una misma línea de vida. La mayoría de las veces ni siquiera se nos ocurre pedir ayuda, quizá por vergûenza, o por demostrarnos a nosotros mismos y al resto que podemos afrontar lo que sea. Muchas de esas veces sí necesitamos a alguien que nos apoye, nos ayude, bastaría con que nuestro orgullo desapareciera un momento.
En todos los casos, lo más importante es lo que queda después de esa tormenta, cuan somos capaces de adaptarnos a esos cambios y como nos acomodamos a esas nuevas «costumbres».
Al principio cuesta mucho (¿quien dijo que era fácil adaptarse?) pero luego uno le empieza a ver el lado bueno, saca las enseñanzas de las infelicidades anteriores y las aplica a la nueva forma de vida.
Eso nos hace más fuerte: que el cambio nos haga ser menos vulnerables, que la «próxima vez» estemos preparado para las caídas, al fin y al cabo es inevitable que cambiemos.
KnoW WhO YoU ArE... 